Para qué sirve lo que
enseñamos (o aprendemos).
La
transferencia del conocimiento
Muchas veces se escucha decir a los alumnos ante un nuevo contenido, “y
esto…¿para qué me sirve?”. Y a veces la respuesta del docente es, “ya lo verás”,
“ya llegará el momento en que entiendas por qué”, o “ya lo emplearás”. En ocasiones esta respuesta es verdadera, pero muchas veces el contenido recibido jamás se
usará en la vida.
A mí me parece que la pregunta de los alumnos surge porque el docente no
comienza el tema motivando el interés y mostrando en lo concreto para qué puede
ser utilizado ese contenido o en dónde se ve aplicado en la realidad. Ese
docente, en cambio, empieza su clase con la teoría y probablemente jamás llegue
al empleo del tema, generando así un acopio de contenidos en la estructura
cognitiva del alumno, poco significativos y fácilmente olvidables. Esta manera
de enseñar genera desánimo y apatía.
Ejemplos hay muchos. Lo mismo sucede con quien entra al aula y lo
primero que hace es dictar una definición, o presentar actividades como si los
alumnos estuvieran conectados on line con él y con su materia. Pero lejos está
el alumno de esta situación. Es necesario ante todo, como en la siembra,
trabajar la tierra, para poder tirar la semilla. De lo contrario la semilla
rebota y no prospera.
Yo también, como muchos alumnos, me pregunto de qué sirve un contenido
al cuál no se le vea una utilidad lógica, sea cual fuere la asignatura que se
esté dando.
Dice Ezequiel Ander-Egg en su libro Debates y propuestas sobre la
problemática educativa (2007; Homo Sapiens Ediciones): “Algunos docentes tienen una formación adecuada en cuanto a los contenidos,
pero no están capacitados para organizarlos y presentarlos de manera que el
aprender sea una actividad que resulte atractiva. … sabemos que el grado de
aprendizaje es proporcional a la alegría que proporciona una enseñanza amena y
eficaz, a través de un aprendizaje práctico/experiencial. Esta tarea podemos
plantearla en términos de “metodología didáctica”, “estrategias pedagógicas” o “métodos
de enseñanza y aprendizaje”. Cualesquiera que sean los términos que utilizamos
para expresar cómo enseñar, lo sustancial es potenciar la práctica como
referencia, es decir, el aprendizaje práctico…El distinguir y diferenciar el “saber
transmitido” y el “saber de experiencia”, me parece parte del “abc” de la
didáctica…El saber de experiencia proviene y se adquiere por la actividad del
alumno, orientado, guiado y estimulado por el docente, que es, sobre todo, un
facilitador de aprendizaje. Si decimos que el aprendizaje práctico es lo
sustancial, eso no niega ni le quita importancia a la necesidad de ofrecer a
los alumnos una formación teórica, que no hay que confundir con una formación
libresca; ya hemos dicho, citando a Lewin: “Nada hay más práctico que una buena
teoría”. Y como encontramos en el Informe Delors. “El trabajo del docente no
consiste tan sólo en transmitir información, ni siquiera conocimientos, sino
presentarlos en forma de problemática, situándolos en un contexto y poniendo
los problemas en perspectiva, de manera que el alumno pueda establecer el nexo
entre su solución y otros interrogantes de mayor alcance” (“La educación
encierra un tesoro”)”.
Y también Juan Ignacio Pozo: expresa la necesidad de fomentar aquellos recursos
cognitivos que sean funcionales en nuevas situaciones de aprendizaje o en la
aplicación de lo aprendido a nuevos contextos. Por eso al planificar los
objetivos de un aprendizaje, conviene pensar en las situaciones futuras en las
que los estudiantes deberán recuperar ese resultado, los contextos de la vida
cotidiana en los que es funcional y por los que se justifica dicho aprendizaje,
y diseñar la enseñanza buscando conectarla con esos contextos, de forma que
existan similitudes entre ambos, ya que eso favorece la recuperación y
transferencia de lo aprendido.
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